Con este articulo pretendemos compartir nuestra reflexión respecto a dos grandes enfoques que en los últimos años están en pleno auge, como son el apoyo conductual positivo (ACP) y el trabajo de la autonomía y autodeterminación . Consideramos que si utilizamos ambos conceptos de forma conjunta favoreceremos una línea de intervención que repercuta de forma positiva en la calidad de vida de las personas con Discapacidad Intelectual.

     Desde nuestra experiencia profesional, observamos con frecuencia que aparecen problemas de conducta de distinta intensidad de los cuales hacemos diferentes interpretaciones en función de en qué contexto se de la situación. Es por ello que debemos entender que los problemas graves de conducta suponen la expresión de un deseo de manera inadecuada, dada la limitación de las habilidades de la persona.   Este tipo de comportamientos nos plantean retos  importantes en los que la intervención más recomendada es el Apoyo Conductual Positivo porque  hace hincapié en la comprensión de  quién es la persona, cuál es el  contexto social donde tiene lugar el problema y cuál es la función o el propósito de la conducta. En cambio, otros procedimientos de intervención fracasan cuando ponen mayor énfasis en sistemas basados en la manipulación de las consecuencias, utilizando contingencias aversivas para suprimir o controlar la conducta del individuo.

     El planteamiento del ACP incluye como estrategia básica para reducir conductas problemáticas al menos: la modificación de los contextos antes de que tenga lugar la conducta problemática y la enseñanza de conductas socialmente apropiadas.

Perspectivas conjuntas:

    Desde las entidades y asociaciones que atendemos a personas con diferentes necesidades de apoyo, deberíamos plantearnos cómo adaptarnos a esta  metodología de intervención (APC). Enfocando las intervenciones desde la perspectiva de la propia persona, modulando la cantidad de apoyos que debemos ofrecerle en función de sus necesidades y adaptando  los entornos en los que se dan la conducta problema.                                                                    

     Para ello debemos comenzar por conocer y evaluar a la persona, saber qué le gusta hacer, qué le gustaría aprender, qué limitaciones tiene para ello y establecer la prioridad de sus metas. Una vez que conocemos a la persona con la que vamos a desarrollar el plan, comenzaremos por establecer quienes van a ser sus personas de apoyo (familiares, amigos, conocidos, cuidadores, personal técnico) y cuáles son los cambios conductuales importantes a conseguir en su línea de intervención.

     Como hemos mencionado anteriormente, debemos adaptar el entorno para facilitar que gane su nivel máximo de autonomía, garantizar posibilidades de elección, toma de decisiones, posibilitar medios de comunicación alternativos,  limitar apoyos innecesarios que pueden ocasionar malestar en la persona y enseñarle conductas alternativas funcionales.Una vez que hemos desarrollado todo esto debemos tener en cuenta la cantidad de apoyo que necesita para mejorar su estilo de vida y variar su intensidad en el tiempo (por ejemplo, si la persona decide que le gustaría ir a la peluquería sin acompañamiento primero se le prestaría el apoyo las veces que lo necesitara y después se le retiraría de forma gradual).

    Es importante que tengamos en cuenta la definición de apoyos que da la Asociación Americana de Retraso Mental (AAMR). Los describe como «recursos y estrategias que promueven los intereses y las metas de las personas con o sin discapacidad, que posibilitan el acceso a recursos, información y relaciones en entornos de trabajo y de vida integrada y que incrementan la interdependencia/ independencia, productividad integración en la comunidad y satisfacción«. A partir de esto entendemos que son los ambientes los que facilitan o dificultan el crecimiento, desarrollo, bienestar y satisfacción de la persona, por lo que la utilización de apoyos, sobre todo naturales es fundamental para una buena adaptación. Si aplicamos los apoyos apropiados podemos mejorar las capacidades funcionales de las personas.

    Si generamos oportunidades de aprender y no declinamos en el tiempo los intentos de apoyar a las personas para fomentar su autonomía, reduciremos los niveles de dependencia, frustración, apatía, desánimo y por tanto, los problemas de conducta.En nuestro trabajo está fomentar la autonomía de las personas en la medida de sus posibilidades entendiendo por una persona autónoma no sólo a la que sabe ducharse, asearse, ir al baño, etc. En realidad, ser autónomo es mucho más que dominar las Actividades Básicas de la Vida Diaria, engloba tener capacidad de gestionar bien nuestro tiempo, ser capaz de desenvolvernos bien en nuestro entorno, hacer compras en función de nuestras necesidades, utilizar transporte público si lo necesitamos,  disfrutar de un ocio acorde a nuestros propios intereses, etc.

 Conclusiones.

     A través de líneas de intervención conjunta, donde todos compartamos el mismo enfoque y los mismos  objetivos, mejoraremos significativamente la calidad de atención que podemos ofrecerles a las personas que atendemos.

     Para ello los puntos fuertes de nuestra intervención van en la línea de motivar, implicar, enseñar habilidades útiles, ofrecer escucha activa ,  aprender a comunicarse de forma adecuada, ayudarles a gestionar sus emociones, dar roles, dedicar tiempo a hacer cosas que les gusten, ayudarles a evitar cosas que les disgusten, proporcionar elecciones haciéndoles partícipes de sus vidas, potenciar ambientes favorables, en definitiva, potenciar su autonomía en todos los aspectos.

     Como reflexión final, debemos de trabajar más en la prevención de conductas disruptivas  favoreciendo un entorno en el que las personas se sientan a gusto , ofreciendo oportunidades  para gestionar los aspectos cotidianos que afectan a su día a día. Podemos empezar a andar en esta línea con pequeños pasos como facilitar que sea la propia persona la que realice , con o sin nuestro apoyo, las actividades instrumentales  que le  puedan surgir , como pedir cita en la peluquería, comprar su billete de autobús, ir a correos a echar una carta, encargar la tarta de su cumpleaños, ir a las rebajas a comprar ropa, etc.

    Muchas veces por sobreprotección o el miedo a asumir riesgos  tendemos a cubrir todas estas  necesidades generando que la persona  adquiera en  su vida en un rol pasivo. Si por el contrario, fomentamos que la persona participe en todas las acciones anteriormente descritas haremos que adopte un papel más activo y favorecemos que lleve una vida más consciente.

    Desde nuestros centros el poder facilitar y llevar a cabo estas oportunidades  genera una satisfacción mutua tanto en las personas que atendemos como en el personal de apoyo que día a día le acompañamos.

Esther Pérez – Psicóloga
Jennifer Cardoso – Terapeuta Ocupacional